Irrigó el dolor la niña de Yapacaní
y el dios solar de Chagall abrió surcos blancos en su cuerpo oval
amarillo
su fuego fue asfixiado en la fosa de un grito
y su cabeza de hostia goteó
vertical
a las raíces
y rezó diluvios que hicieron flotar tiernos cadáveres aún con ansias de pacer
terneras carneadas en el horizonte del pastizal
Irrigó el grito la niña de Yapacaní
y el dios rosal de Chagall mutiló sus espinas y quemó sus pétalos rojos
rosáceos
se hizo incienso para los pies incrustados en la huida
y sus raíces extendidas desenterraron ojos
canicas lanzadas al olvido de un hoyo
tanto fue el polvo alzado del ruedo que surgieron remolinos:
presencia de diablillos ataviados de vilanos de dientes de león
Desbordó la niña de Yapacaní al dios de Chagall
y encauzó otro
un tal brutal mortal