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Una vieja tradición familiar

Cuento de Alejandro Ordóñez (2)
2023 Noviembre 01
Fieles a la tradición llegaron temprano, las mujeres cargaban ramos de azucenas, jazmines y nardos, con los que adornaron los floreros; los hombres llegaron con las botellas de mis licores favoritos. A petición de las abuelas, la fiesta inició con oraciones para dar gracias a Dios e implorar sus bendiciones, luego se formaron grupos de conversación, todos recordando añejas anécdotas que no por sabidas y repetidas cada año, dejaban de interesar y divertirnos. Como la nostalgia crecía y la tristeza afloraba, nada como unas cervecitas heladas que ayudaron a soportar el inclemente sol del mediodía. Luego ?los fuertes?, como llama el tío Josefo al tequila y al mezcal. Llegada la hora de la comida aparecieron cazuelas de barro llenas de arroz, mole, nopalitos y frijoles, acompañadas con tortillas recién saliditas del comal, café de olla -con discreto chinguerito- para las abuelas; y para quienes lo apetecieran, dulces típicos de la tierra que nos dio origen. Salieron las guitarras, se unieron las voces, la melancolía nos desbordaba y entre canto y canto se fueron las horas, pero cuando aquello amenazaba con convertirse en más que una fiesta, en un velorio, llegó la redova; entonces, envalentonados, se oyó el grito ¡Viva México, cabrones! Y se inició el baile, ¡Ajúa! Taconéyele, taconéyele; ¿qué pasooó raza?, saquen a bailar a la agüelita ¿no ven cómo le brillan los oclayos? Al oscurecer terminó la reunión, las familias se retiraron contritas, agradecí la fiesta, aunque por dentro ya me andaba porque se fuesen rapidito, pues esperaba visita, alguien muy especial, y no era cosa de revelar mis intimidades o dar explicaciones a nadie. Al único que parecía no correrle prisa era al tío Pancho, quien se retiraba al último, hasta consumir la última gota de licor que habían llevado. Lo bueno fue que tía Lupe lo apuraba. Ya estuvo bien, Francisco, si te caes esta vez no te levanto; además este lugar me da miedo, es tétrico, mira cómo se mueven las ramas de los árboles y el silbido del viento, parece la queja de un moribundo; además hay una presencia oculta tras ese tronco, que no deja de mirarnos. Ella recogió sus cosas y el tío Pancho apuró de un trago su copa.

Apenas quedé solo, olí el aroma de las flores ?huele de noche?. Nos unimos en ceñido abrazo, con la ansiedad de los amantes que han estado separados. Recuperada la calma, nuestras almas se fundieron en una unidad indisoluble. En ocasiones guardamos silencio, incapaces de hallar palabras para describir el sentimiento; en otras, charlamos de los encuentros, de cómo inició todo, decíamos que nuestra existencia arrancó al conocernos y no es que no hubiéramos tenido experiencias previas, ella había conocido varón y yo mujer, con los que estuvimos casados, pero eso parecía tan lejano, que parecía haber ocurrido en otra vida. ¿Pero cómo empezó todo? Una noche la vi pasar, lucía desesperada; me acerqué, traté de tranquilizarla, conversamos hasta el amanecer, para entonces su oscura sombra se había convertido en una luz iridiscente, pero he de decir que en esa y en muchas otras noches, al volver a encontrarnos ¿por casualidad?, no hubo sino camaradería, una amistad sincera, o habrá sido que negábamos lo que sentíamos, porque quizás el amor floreció desde el primer momento, o fue saber que nunca más estaríamos solos; así, sin darnos cuenta, el cariño creció y llegamos a amarnos en el breve espacio de esa noche eterna que desde entonces nos pertenece.

Empezaba a clarear, llegaba la hora, al igual que lo acostumbraron Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, nos dijimos: adiós amor, hasta el año próximo; cada uno volvió a ser cada quien, y en esa dolorosa separación la vi perderse entre cruces de cantera, vírgenes y ángeles custodios.