Del huésped al archivo: una estética de la fisura en «La Compañía» de Verónica Gerber Bicecci

Adriana Ortega Orozco

Verónica Gerber Bicecci
La Compañía
Editorial Almadía
Oaxaca, 2019
200 páginas

Adriana Ortega Orozco es participante del Diplomado de Actualización de Literatura Hispanoamericana 2025 de la Cátedra Extraordinaria Carlos Fuentes de Literatura Hispanoamericana.

En La Compañía, la escritora mexicana Verónica Gerber Bicecci articula un experimento estético que toma la forma de libro, una investigación sobre el extractivismo minero y sus efectos, pero también sobre los modos de contar el daño. A través de una práctica artística, más que de una escritura, la obra fragmenta la narrativa, la fotografía, la geometría y el archivo para construir una especie de cartografía rota, en la que leer y ver nunca ocurren al mismo tiempo. La imagen no ilustra; el texto no explica. Ambos se rozan, se interrumpen, entran en tensión.

La estructura de la obra está dividida en dos partes, “a.” y “b.”, lo que ya introduce una lógica más cercana al ensayo que a la ficción narrativa tradicional. En la sección “a.”, Gerber Bicecci reescribe el cuento “El huésped” (1959), de Amparo Dávila, operando ciertos cambios: sustituye los nombres de dos personajes por “la Compañía” y “la máquina”, interpela directamente al lector con el uso de la segunda persona del singular y cambia los tiempos gramaticales al futuro. Ese gesto transforma el cuento original en una alegoría del extractivismo: el espacio doméstico ya no es el escenario de una familia que teme a la presencia de un huésped impuesto por el patriarca, sino un territorio invadido. Detrás del texto intervenido y fragmentado, apenas pueden distinguirse las fotografías sobreexpuestas en blanco y negro, tomadas por la autora durante su visita al antiguo pueblo minero de Nuevo Mercurio, Zacatecas, apenas pueden distinguirse. Sobre esas imágenes, Gerber Bicecci coloca pictogramas geométricos inspirados en La máquina estética del artista plástico Manuel Felguérez (1975/2024). Esta superposición de elementos no decora ni refuerza el texto. Se trata de una narrativa visual que desarma cualquier intento de lectura lineal.

La sección  “b.” da un giro de la ficción hacia el archivo para “narrar” la historia de auge y decadencia del pueblo minero de Nuevo Mercurio. Fragmentos de entrevistas, notas periodísticas, reportes y mapas aparecen en blanco sobre un fondo negro, como si estuviéramos leyendo en negativo. Lo que podría ser un intento de documentación meticulosa, se convierte en una superficie sobriamente presentada en cuanto a lo gráfico, pero en extremo dislocada si a lo discursivo se refiere. Aquí, el archivo está lleno de huecos: exige que el lector se detenga, se pierda, lea entre líneas. El archivo no fluye, sino que interrumpe; la lectura debe buscar y rodear lo que el texto dice, lo que revela a pesar de sí mismo.

Por su trabajo de archivo, La Compañía podría situarse en una genealogía de escrituras que nacen del escombro y la ruina en un intento de desenterrar, pero no de glorificar. En ese sentido, Gerber Bicecci podría dialogar con autoras como Susan Howe, o artistas como Walid Raad, que no restauran documentos, sino que los fragmentan todavía más para reunirlos luego y evidenciar sus grietas.

Es obvio que Gerber Bicecci critica el extractivismo como práctica económica señalando sus retorcidos efectos en la economía, la salud y el medio ambiente de los territorios. Con citas, esquemas y mapas, la autora propone una alternativa para intentar entenderlos desde nuestro presente: una (re)escritura especulativa que, como el espéculo médico, se introduce en las cavidades de la mina-cuerpo, de la tierra y sus habitantes con un doble objetivo. El primero, observar lo extendido de la contaminación y el deterioro real de los cuerpos vulnerados por el extractivismo y, segundo, diagnosticar las patologías y estratagemas del lenguaje a través del tiempo: lo tóxico, lo normativo, lo eufemístico, etc. En vez de proponer un mensaje cerrado, la lectura de “a.” y “b.” sugiere la posibilidad de trazar paralelos entre las dos secciones del libro. El lector debe llegar a sus propias conclusiones: “a” + “b” = “?”.

En un momento en que tantos narradores latinoamericanos buscan indagar sobre el daño acumulado de distintos tipos de violencias, Gerber Bicecci apuesta por desenterrar historias pasadas y frotarlas una contra otra hasta hacerlas chirriar en el presente. Con ello construye un espacio, por un lado, de resistencia y por otro, de escucha para el que quiera oír. Lo simbólico y ficcional de la primera parte remite a problemas de carácter ético y de supervivencia en la segunda y viceversa. ¿Se puede vivir con el huésped? ¿Hasta cuándo? ¿A costa de qué? Y quizá el cuestionamiento más importante: ¿pueden los más violentados emanciparse del huésped incómodo, cualquiera que este sea, a través de la acción? ¿Qué futuros posibles hay para tantos territorios dislocados como Nuevo Mercurio?

Ahora bien, podría argumentarse que en su afán por desarticular la linealidad y exponer los vacíos del lenguaje, la obra corre el riesgo de volverse demasiado críptica o autorreferencial. Al fin y al cabo, la “autora” es responsable de un “collage” cuidado y exigente. La exigencia que plantea al lector, aunque necesaria, podría también dificultar el acceso emocional a las voces que documenta. Se gana y se pierde cuando la estética del archivo se vuelve tan lacunosa. Se gana una forma ética de representar el daño sin volverlo espectáculo, una escritura hasta cierto punto respetuosa que no se apropia de otros discursos, que no los sobreexplica. Se pierde cierta conexión directa, emocional o narrativa que podría ayudar a que más lectores comprendan o se involucren con las historias reales detrás del documento. Esta tensión es parte del interés de la obra, pero también de sus posibles límites.

En suma, La Compañía, a medio camino entre la literatura especulativa y documental, propone un rumbo posible para narrar y poner de relieve algunas de las violencias que atraviesan de manera común a múltiples latitudes de América Latina, no sin abrir interrogantes: ¿la combinación de lo visual y lo literario tiene el vigor necesario para seguir siendo una forma relevante de disputa política sobre la memoria y la construcción de nuevos mundos? ¿O será acaso que intervenir la presentación del documento de manera tan controlada se ha vuelto una estrategia más segura y menos emocional de dar a ver el daño, no de frente, sino desde una cierta distancia?

 

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