día de muertos

Quince

Era una colección de muñecas góticas. Ni rosa en las mejillas, ni carmín en los labios. Las vendían a precios que iban desde altos a exorbitantes, dependiendo de la antigüedad y la serie a la que pertenecían. Tamara y Nancy, amigas del alma, se enamoraron de ellas desde que vieron sus fotos en una nueva tienda virtual dedicada a la venta de objetos oscuros.

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Ofrenda

No nací de doña Pina, pero ella me cuidó en mi juventud como una madre y en su vejez vi por ella como una hija. Ni mi mudanza al norte de la ajetreada ciudad (motivada por un matrimonio que duró poco, gracias a Dios) ni el nacimiento de mis hijos, pudieron alejarnos nunca. Las visitas a su casa en el lado sur se mantuvieron frecuentes. Mis niños, ahora de cuatro y siete años, crecieron mirándola como una abuela.

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Noche de difuntos

Pasaba las vacaciones en el rancho de mi abuelito. Mis compañeros de juegos fueron niños totonacas. Los recuerdo con cariño, aunque se burlaran de mí, era el señorito de ciudad y tenía fama de cobarde. Ocurrió en la noche de los fieles difuntos, cuando los muertitos reciben permiso para visitar a sus seres queridos.

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Moisés Cancuc

Es un asiento vacío alineado al lado opuesto del lugar donde Moisés Cancuc está sentado. Viaja en un camión destartalado que suspira por llegar a Chenalhó. Cancuc observa cómo los tornillos luchan por mantenerse en su sitio. Mira cómo se estremecen cuando el viejo transporte respinga entre los baches adornos del camino.

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Llamada

Piiip, piiip, piiip. Está sucediendo de nuevo, no lo entiendo. Se supone que estaba bajo control. ¡Ven rápido, por favor! Al terminar la llamada, Dante corrió a esconderse dentro del closet. Llevaba dos años en remisión, cuatro visitando a su psicólogo actual, ocho desde que empezó a “coleccionar” especialistas. Después del diagnóstico, todo resultó más fácil. Reguló sus hábitos de sueño, encontraron la medicina que mejor se adaptó a él, terapia regular. Consiguió dominar su mente.

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Siempre delante

Manuel sale de la cantina pasadas las dos. Aprieta su cinturón, se acomoda el gabán y finalmente se pone el sombrero de petate. Tendrá que caminar largo rato bajo un cielo helado y sin estrellas para llegar a su casa. Espera que Chole ya esté dormida, pues no desea dar explicaciones. Perdió más de la mitad de la raya en apuestas; faltará el dinero para la ofrenda de este año. ¡Bah! ¡Qué más da! De todos modos, ni las velitas, ni las calaveras de azúcar, ni las flores y tampoco el mole les regresarían a Manuelito. Son cosas pa? viejas chillonas y jotolones que no se hacen el ánimo de aceptar que la vida es culera.

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