Mis muertos

Álvaro Sánchez Ortiz

Diplomantes de la Escritura Creativa y Crítica Literaria nos comparten sus textos a propósito del Día de Muertos y Halloween por convocatoria de la Escuela de Escritura.

Relatos de atmósferas sombrías, tristes, sorpresivas, desde un lugar de creación. Lee a escritoras y escritores en ciernes de este proyecto de Literatura UNAM.*

¿Quiénes son mis muertos?
“Mis” muertos no son “los” muertos. A diario, según nos dice la Hermana Ciencia, esa que es tan orgullosa como miope, 150,000 personas emprenden la jornada de la incógnita; algo así como dos llenos del Estadio Azteca.

Pero mis muertos son los que siento yo sin compartirlos; los nombres que no pronuncio porque son sólo míos; los que asoman desde mi memoria en las tardes grises.

La primera que se te muere es como la primera que te besa (1997)
A los veinte años uno piensa que todavía es muy joven para tener sus muertos. Pero la vida no es una producción de Disney a la que se le quita todo lo perturbador. Así, un día hacía jueguitos de manos con Fabiola en el salón de clases y, al otro, me dijeron que había muerto.

Su novio era custodio en un reclusorio. Los mataron a ambos en un hotel. Tal vez, así dijeron, Fabiola había sido una “víctima casual”. En realidad, eso no importa: estaba igual de muerta que la víctima formal.

Ése fue el primer nombre que le pedí a mi madre que anotara en la lista de oraciones parroquiales para el 2 de noviembre.

Los muertos nos dejan un hueco en el pecho y un costalito en el corazón (2007)
A Montserrat la saqué del taller de teatro por egoísta, por imbécil, por esa savia negra que siempre acecha en nuestra sangre y saca lo peor de nosotros. Me arrepentí y la llamé. Sé que no quiso contestarme.

Oré y le pedí perdón desde la distancia (creo en las lágrimas cuánticas que superan el tiempo y el espacio). Luego me enteré: había muerto en Año Nuevo. Se golpeó la cabeza con una mesa y no sobrevivió.

Si no me hubiera arrepentido y no la hubiera buscado antes de que muriera, me habría vuelto loco de culpa y de rabia hacia mí mismo.

En cambio, ahora, hay ocasiones en que hasta siento que me quiere.

Paren el mundo; no me gusta el libreto (2015)
Said tenía 30 años, era guapo, trabajador; estaba casado y adoraba a su esposa; no tenía un millón de amigos, pero casi. Yo estaba desempleado; peor aún, me sentía lleno de rencor y odiaba a todos por haberme fallado y lastimado. Él murió y yo no. Tal vez alguien se rio por la ironía. Yo no. Me eché a llorar cuando vi los mensajes de despedida en su perfil de Facebook. Las circunstancias eran lo de menos: un accidente de motocicleta en uno de los pésimos caminos chiapanecos.

Nuestros muertos nos plantean la doble pregunta: ¿por qué sigo vivo?, ¿por qué ellos han muerto? El soberbio, por supuesto, considera que todos sobran en el mundo, excepto él; el mundo está sobrepoblado, menos desde el espejo. La respuesta es más compleja. Yo soy de los que piensan que seguimos vivos porque nos quieren vivos.

De todos modos, no hay manera de presentar una queja. Y si bien ya se reconsideran los pénaltis en el futbol, la Muerte es un árbitro que jamás ha revocado una decisión.

El vértigo del desarraigo (2011)
Mi tío Antonio iba a ser mi padrino de bodas, pero le detectaron una cosa en el intestino que lo mató ese mismo año. En la boda nos pasaron un video que nos grabó desde el hospital. Tenía la piel de ese color blanco pergamino que ya anuncia el sepulcro.

Todos vamos perdiendo a nuestros viejos, es parte de la ley de las generaciones. Solamente los más estultos de los ocupantes actuales del mundo creen que el transhumanismo llegará a tiempo y llegará a todos para hacerlos eternos. Y, sin embargo, cuando se nos mueren nuestros viejos, nos damos cuenta de lo solos que estamos frente al mundo, de cuánto seguíamos apoyándonos en ellos, aunque nos llenáramos la boca proclamándonos independientes. Si asumiéramos esa vulnerabilidad y ese miedo puro y llano, seríamos más compasivos unos con otros.

De muertos y normalizaciones (2020)
Como todos, perdí a alguien en la pandemia. Mi tío Beto falleció en agosto de 2020, cuando unos y otros nos guardábamos con miedo en nuestras casas. Claro que ahora los valentones dicen que nunca tuvieron miedo. Pero yo vi sus ojos.

Ese año escribí una calaverita para mi tío y gané el concurso de la UNAM. Mi prima me agradeció el homenaje. Ojalá todos los muertos se llevaran un homenaje, incluso los que no fueron notables, incluso los que fracasaron; hay una grandeza inextinguible en cada ser humano, que va mucho más allá de dicotomías pendejas como perdedor-ganador.

Yo creí que después de la pandemia nos hermanaría el dolor, que es el más potente común denominador entre los seres humanos. En lugar de eso, seguido me topo con algún imbécil que propone “normalizar el distanciamiento social”.

Entre la repentinitis y el rebelde doméstico (2021)
Hice varias obras de teatro con mi amigo Lupe Durón. Como era feo, era buen actor. (La gente bonita que actúa, hace telenovelas; la gente fea, hace teatro. Me lo dijeron los teatreros). Murió de un derrame cerebral cuando aparecían en cascada las teorías conspirativas sobre las vacunas. Se ha convertido en un meme echarle la culpa a las vacunas cuando alguien se muere, así tengo noventa años y media docena de problemas crónicos (vid: repentinitis). Y, sin embargo, yo no arriesgaría media quincena por los ?héroes? del Great Reset, aplaudidos por los rebeldes más mainstream de la historia.

Todavía me pasa que pienso en un papel para mi amigo. Es inevitable decirse: ¿esto le hubiera gustado a fulano? Pero resulta que fulano ya se murió. Junto a la historia, se escribe la historia de lo que nunca fue.

Mis muertos son tus muertos
Mis muertos son tus muertos. Yo puedo pensar que mis muertos son extraordinarios, pero seguramente la historia de los tuyos es igual de fascinante. Y hoy te he querido contar de mis muertos para que leyeras sobre los tuyos. Apuesto a que, en este momento, danzan en tu mente los rostros de los tuyos, porque te platiqué de los míos.

Tus muertos y mis muertos nos miran juntos desde allá, donde “de algún modo se vive”, según sabían nuestros antepasados. Y nos miran juntos porque los míos son los tuyos. Tu dolor es el mío. Y tu esperanza, la nuestra. Como dijo alguien que oraba por la calle: no se puede cruzar el camino de la vida en taxi, sólo en metro.

Al menos, creo que es eso lo que me han querido decir mis muertos.


* Estos textos fueron publicados en nuestro portal institucional en octubre de 2023.

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