El Inglés y las Banderas

Federick L. Armstrong Padilla

Crónica de un concierto y como los cambios generacionales se reflejan y son palpables a la distancia.

“El tema era urgente y la batalla actual. Lo que para mi generación había sido desinformación e ignorancia disfrazada de bromas y rechazo, era ahora un tema ineludible.”

En 2017, el músico inglés Ed Sheeran obtuvo los récords Guinness por el mayor número de asistentes a un concierto y por las ganancias más altas en una gira musical. Siendo solista, me atrevo a pensar que también hubiera roto el récord de mayor rentabilidad, si es que existe. Claramente, había dejado de ser un trovador de los bares londinenses para convertirse en multimillonaria estrella mainstream, aunque mantenía su carisma de independiente.

Sin saber que quedaríamos inmortalizados anónimamente en un récord Guinness, asistí, junto con mi esposa y dos hijas, a una de sus presentaciones en la Ciudad de México.

El espectáculo fue impresionante. El bardo británico se ganaba a la concurrencia y cada peso de la taquilla con su destreza y entrega. Con solo su guitarra, un pedal de loop y un impresionante juego de luces capturó la atención y la imaginación del público que nos bebimos su música como una cerveza en un pub. Había forjado una carrera tocando solo en los bares y ahora lo hacía ante miles de personas y parecía sentirse igual de cómodo.

La presentación llegaba a su clímax y Ed, signo de los tiempos, se tomaba un seflie con su extasiado público. Terminó su “última” canción y salió del estrado.

El público reclamaba su presencia de vuelta en el escenario. Regresó enfundado en una camiseta de la selección mexicana de futbol. El público enloqueció. La nacionalidad que le prestaba la camiseta lo hermanaba con la concurrencia y lo convertía en uno más de los que al salir de ahí tomaríamos metro o taxi y regresaríamos, sin récords ni ganancias de taquilla, a nuestras vidas.

Tocó una canción más y desapareció de nuevo del escenario, regresando ahora con una bandera mexicana. El público lo recibió como héroe. El recinto se desmoronaba con los aplausos y gritos. El éxtasis era palpable en el ambiente.

Detecté en mí una especie de nerviosismo. Había crecido en ese México homogeneizado por el noticiero 24 Horas y el programa de espectáculos Siempre en Domingo. Ese México donde el patriotismo era institucional e impersonal. Los símbolos patrios eran “sagrados” y custodiados por la Secretaría de Gobernación y había multas y sanciones a los artistas que olvidaban la letra del himno nacional o hacían uso menos que sacramental de los colores patrios. Aquí teníamos a un extranjero portando la bandera nacional y a un recinto repleto aplaudiéndole el gesto. Al ver a la concurrencia, respiré y disfruté del cambio de paradigma. Agradecí internamente a Ed y a todos los emocionados asistentes por esta recuperación, tal vez involuntaria de los símbolos nacionales. Entender que la patria es más que objetos y Pantone al servicio y control de una minoría es un prerrequisito para el patriotismo.

Sheeran abandonó el escenario. Sin embargo, las sorpresas no habían terminado.

Desembarazado de la camiseta futbolera y la bandera mexicana, salió de nuevo al escenario portando esta vez una bandera arco iris.

El tema era urgente y la batalla actual. Lo que para mi generación había sido desinformación e ignorancia disfrazada de bromas y rechazo, era ahora un tema ineludible. Aun así, nuestro país estaba, y sigue estando, desgraciadamente, bajo un paradigma, que, aunque va cambiando, sigue quedando a deber.

De nuevo le agradecí internamente a las generaciones actuales, que enarbolen esta lucha. Que nos empujen a los de otras generaciones, y algunos jóvenes de mentalidad estancada, para salir de nuestra mentalidad estigmatizante y estrecha, y podamos entrar a una modernidad incluyente y justa.

Ahí, ante el tumulto y ensordecido por los gritos y aplausos y con la imagen de este inglés y las dos banderas aún en mi mente, sentí una profunda esperanza en la juventud, sus ideales y su manera tan honesta y valiente de vivirlos.

Se me vinieron a la memoria banderas que, a veces enardecido y otras con más tibieza que la requerida, defendí. Algunas de ellas cayeron, pero otras todavía ondean. Sentí alegría al recordar haber luchado por ellas, el haber tomado partido, con esa terquedad que dan los ideales. Me recordé, que nunca es tarde para seguirlas ondeando.

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