En el marco de el 8M “Día internacional de la mujer” las alumnas y ex alumnas del Diplomado en Escritura Creativa y Crítica Literaria de la Escuela de Escritura de la UNAM comparten su visión sobre la violencia y los retos a los que se enfrentan las mujeres en su vida cotidiana.
Te invitamos a leer juntas, juntos, juntes y reflexionar acerca de esta fecha.
Esa mañana naciste para mí, no sabía nada de ti ni tú de mí. Llegaste tarde, como de costumbre, usabas pantalones de mezclilla y una camisa entre verde y gris. Te sentaste delante de mí, en el sillón rojo. La mesera te vio, esperó a que bajaras tu mochila al suelo y se acercó para pedirte la orden. El resto de las personas seguía hablando sobre los personajes de la novela, menos yo. Me clavé en tu presencia, en tu ajetreo y tu respirar agotado luego de correr para no llegar tan tarde a la sesión, miré cómo sacaste de tu mochila una carpeta de color negro, donde solías hacer dibujos en la parte de atrás. Todas las hojas estaban revueltas, se te cayeron algunas, pero estaban tan lejos de mí que no pude ayudarte a levantarlas. Miré tus dedos gruesos deslizarse entre ellas, me pregunté cómo sería ser tocada por ellos, esquiaban entre las letras de tus apuntes para encontrar los comentarios que habías escrito minutos antes de llegar, justo en el asiento tambaleante de la micro que tomaste.
Sin saludar, sin disculparte por la tardanza y sin preguntar absolutamente nada, comenzaste a hablar. Yo ya estaba perdida, había olvidado la historia de la novela mientras intentaba descifrar la tuya. Tu acordeón no fue necesario, las ideas sólo fluían de tu boca, fue ahí donde tu voz besó mis oídos, tus palabras rimbombantes me hicieron saber que tú no eras sencillo. En eso llegaron tus chilaquiles verdes con pollo y tu café americano. Te vi comer por primera vez, comías como si no lo hubieras hecho en días, dejaste el plato totalmente vacío, después me dirías que no habías comido nada, era casi medio día y no habías probado ni un bocado. Verte comer me abrió el apetito, con decirte que hasta se me antojó el pollo, a mí, una chica vegetariana. Pediste más café, ahí ya trate de concentrarme, traté de formular un comentario inteligente para impresionarte o para que por lo menos voltearas a verme, pero no se me ocurrió nada y me quedé callada hasta el final de la sesión. Pediste tres tazas de café, supe que lo amabas tanto como yo, luego hiciste un comentario sobre Chiapas y tu infancia, ahí supe que no eras de aquí. Esa sería mi maniobra, esa sería mi excusa, me acercaría a ti para preguntarte de dónde eras, cómo era el lugar de donde venías, desde cuándo estabas en la ciudad y cómo habías conocido el círculo de lectura. Claro que antes tendría que saber cómo te llamabas, en mi mente ya te había bautizado con veinte nombres posibles, pero quería saber el tuyo, el real.
La sesión terminó. Me levanté dispuesta a iniciar la plática, pero tú te adelantaste. Pronunciaste tu nombre y me preguntaste de qué habíamos hablado al inicio de la charla. Yo te sonreí, te sonreí.
Tu cumpleaños es el 4 de abril, pero para mí naciste ese día en la cafetería. Todo comenzó esa mañana. El tiempo me diría que no eras el tipo inteligente que aparentabas, me mostraría que el vocabulario que usabas le quedaba mucho a deber a tus emociones y que tu voz no siempre besaba. Entendí que esos retrasos se debían a tus borracheras nocturnas. Y tus dedos… tus manos…
Moriste el día en que arrojaste mi laptop contra la pared. Me alejé de ti y te fui enterrando poco a poco hasta que volví a nacer. Hoy conmemoro tu muerte, feliz cumpleaños a mí.