Era una colección de muñecas góticas. Ni rosa en las mejillas, ni carmín en los labios. Las vendían a precios que iban desde altos a exorbitantes, dependiendo de la antigüedad y la serie a la que pertenecían. Tamara y Nancy, amigas del alma, se enamoraron de ellas desde que vieron sus fotos en una nueva tienda virtual dedicada a la venta de objetos oscuros.

Tamara, que podía permitírselas, fue haciéndose de un par por mes, hasta llegar a catorce. Nancy se conformaba con admirarlas y desearlas cada que visitaba a su amiga, la burguesa, como la llamaba con mal disimulada envidia.

Una madrugada, Tamara llamó a Nancy.

—Si las quieres, ven ahora mismo por ellas o las quemo todas.

No necesitó tocar el timbre, Tamara ya la estaba esperando en el umbral con una gran caja.

—Estaban planeando matarme. Ten cuidado —advirtió y cerró la puerta.

Esa noche Nancy no durmió. Se dedicó a escuchar y memorizar el plan. Las muñecas, a detallárselo. Al fin habían hallado a su mano ejecutora.