Diplomantes de la Escritura Creativa y Crítica Literaria nos comparten sus textos a propósito del Día de Muertos y Halloween por convocatoria de la Escuela de Escritura.
Relatos de atmósferas sombrías, tristes, sorpresivas, desde un lugar de creación. Lee a escritoras y escritores en ciernes de este proyecto de Literatura UNAM.*
Manuel sale de la cantina pasadas las dos. Aprieta su cinturón, se acomoda el gabán y finalmente se pone el sombrero de petate. Tendrá que caminar largo rato bajo un cielo helado y sin estrellas para llegar a su casa. Espera que Chole ya esté dormida, pues no desea dar explicaciones. Perdió más de la mitad de la raya en apuestas; faltará el dinero para la ofrenda de este año. ¡Bah! ¡Qué más da! De todos modos, ni las velitas, ni las calaveras de azúcar, ni las flores y tampoco el mole les regresarían a Manuelito. Son cosas pa? viejas chillonas y jotolones que no se hacen el ánimo de aceptar que la vida es culera.
A esas horas San Isidro ya está desierto. Solo los faroles le acompañan; uno que otro parpadea, como si luchara contra la modorra de todo el pueblo. Por las calles ya no se pasea rumor alguno, tan solo un solitario aullido que llega ya débil desde el cerro y los huaraches alcoholizados de Manuel. El viento corre por entre las callejuelas, chilla, bufa y levanta polvo. Un aire de esos se encapricha con su sombrero; se lo arrebata y lleva lejos, casi con sorna. Cada que se acerca lo suficiente para tomarlo, el viento burlón se lo patea lejos otra vez… ¡Me lleva la chingada! Y así estuvo maldiciendo al viento, al pueblo, a Chole, al matasanos, a la pinche vida y a Dios por llevarse a su chiquillo, hasta que logró recuperar el mentado sombrero.
Advierte que la correteada lo dejó a las afueras del panteón. ¡Qué tarugadas! Dice para detener, sin éxito, el escalofrío. Se vuelve a cubrir la cabeza, ahora con manos temblorosas. Y es cuando enfila en dirección a su casa que alcanza a divisar, a lo lejos y frente a la entrada del cementerio, a una figura vestida de blanco. Pinche teporocho… Susurra para aminorar, otra vez sin éxito, el pulso trepidante de su corazón.
Reanuda la marcha mientras prende un cigarro y al levantar la vista para fijarla desafiante en su acompañante nocturno, se percata de que este también camina hacia el norte. Seguro cambiará la ruta en cuanto pasen por la plaza del pueblo; ahí es donde se tiran a dormir los vagos. Van caminando con la misma cadencia, Manuel siempre detrás. El sujeto jamás voltea, pero da la impresión de que va muy atento de su acompañante: si Manuel aprieta el paso, el desconocido también; si Manuel baja el ritmo, el otro hace lo mismo. Algo trama este cabrón.
Al pasar por el quiosco de la plaza, Manuel se detiene; su acompañante lo imita. La confusión da paso a la ira. ¡Pues qué te traes, pendejo! El aire sopla violento cegando con polvo a Manuel que se desespera y echa a correr. Se talla los ojos mientras sigue su carrera; recupera la vista llorosa y… ¡ahí está!, frente a él, otra vez el sujeto con los pies también en polvorosa. Ya más asustado que molesto, tuerce su rumbo precipitadamente para alejarse del remedador? pero ahí sigue, corriendo igual de destartalado que Manuel. Da otra vuelta y otra y otra, pero el sujeto va siempre delante. Del susto pasa al pánico. ¡Qué te traes, hijo de tu puta madre! ¡Déjame en paz! Otra vez el viento ruge en la cara de Manuel y con la polvareda se deja venir, de forma trepidante, el sujeto vestido de blanco. La cara pálida de quien pareciera su Manuelito le besa el rostro antes de desaparecer con su sombrero que es nuevamente arrancado por el viento guasón.
Manuel cae hacia atrás con el corazón engarrotado y la respiración turbulenta. Se arrastra buscando al sombrero y es cuando lo toma que se percata de que aquel ente maldito no era más que un mísero hilo colgando del ribete. Pero si estarás bien pendejo, Manuel. Y suelta una risotada. A lo lejos, el viento ulula: papá…
* Estos textos fueron publicados en nuestro portal institucional en octubre de 2023.