Escuela de Escritura de la UNAM

Quince

Era una colección de muñecas góticas. Ni rosa en las mejillas, ni carmín en los labios. Las vendían a precios que iban desde altos a exorbitantes, dependiendo de la antigüedad y la serie a la que pertenecían. Tamara y Nancy, amigas del alma, se enamoraron de ellas desde que vieron sus fotos en una nueva tienda virtual dedicada a la venta de objetos oscuros.

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Ofrenda

No nací de doña Pina, pero ella me cuidó en mi juventud como una madre y en su vejez vi por ella como una hija. Ni mi mudanza al norte de la ajetreada ciudad (motivada por un matrimonio que duró poco, gracias a Dios) ni el nacimiento de mis hijos, pudieron alejarnos nunca. Las visitas a su casa en el lado sur se mantuvieron frecuentes. Mis niños, ahora de cuatro y siete años, crecieron mirándola como una abuela.

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Noche de difuntos

Pasaba las vacaciones en el rancho de mi abuelito. Mis compañeros de juegos fueron niños totonacas. Los recuerdo con cariño, aunque se burlaran de mí, era el señorito de ciudad y tenía fama de cobarde. Ocurrió en la noche de los fieles difuntos, cuando los muertitos reciben permiso para visitar a sus seres queridos.

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Moisés Cancuc

Es un asiento vacío alineado al lado opuesto del lugar donde Moisés Cancuc está sentado. Viaja en un camión destartalado que suspira por llegar a Chenalhó. Cancuc observa cómo los tornillos luchan por mantenerse en su sitio. Mira cómo se estremecen cuando el viejo transporte respinga entre los baches adornos del camino.

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