Camino por el centro, alguna calle con un Oxxo, cualquier calle. La plaza de Santo Domingo tiene apenas un par de luces. Un hombre me detiene frente al Oxxo, frente a esa luz que es otra luz. Te voy a dibujar, dice. No te voy a hacer nada, dice. Está descalzo. Tiene el cabello desacomodado. Comienza a dibujar.
Es eso lo que soy: lo que se dibuja —¿o desdibuja?— mientras traza en la cartulina. El olor y sus manos me dan vuelta. Me mira. Detenido, cerrado, cansado, vago. Me mira. Pienso en esto. Estar en ese lugar con un desconocido que se hace un espejo de mí. Me quedo muda y agachada. Sonrío. ¿Cómo llegué a este lugar? ¿Cómo las manos articulan algún espacio de lo que soy? ¿Cómo soy los ojos de un desconocido que hoy está ahí, bajo una luz cualquiera, la del Oxxo?