ensayo

Antimandamientos para un postfeminismo. Mariana Riestra

La primera vez que me nombré feminista tenía quince años. Alguna tarde mientras navegaba por internet buscando toda la información que pudiera encontrar sobre la vida y obra de Sylvia Plath –como hacía con mi tiempo libre en ese entonces– caí en cuenta de que diferentes fuentes la nombraban como una autora feminista que había plasmado y cuestionado las marcas y estereotipos de género en la literatura de los años 50 y 60. Esto evidenciado en fragmentos como los de su novela La campana de cristal, en donde el personaje de Esther Greenwood –en medio de lo que parece la antesala de una crisis depresiva mayor– describe una creciente sensación de hambre cuando se imagina

[…] a [s]í misma sentada en la bifurcación de [un] árbol de higos, muriéndo[s]e de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras [ella] estaba allí sentada, incapaz de decidir[s]e, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a [sus] pies. (p. 126)

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El nacimiento del monstruo

El 16 de junio de 1816 se llevó a cabo uno de los encuentros definitorios para la novela gótica o de terror: esa noche, el poeta Lord Byron retó a sus acompañantes –Percy B. Shelley, Mary Shelley y John William Polidori– a crear una novela capaz de helar los huesos. Reunidos en la mansión rentada por Byron, en Villa Diodati, los participantes aceptaron este desafío que, a la postre, daría origen a dos obras trascendentales para la literatura: The Vampire de Polidori y Frankenstein de Mary Shelley.

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James Joyce, irlandés

Una descripción, análisis, crítica y reflexión de Fernando Curiel, sobre la obra de «James Joyce: un clásico de la pasada centuria. Rotunda sentencia. Pero cuya obra, toda ella tensiones y fulguraciones, medida más que por su copia por su profundidad; y cuyas venturas y desventuras existenciales, las del artista, las del exilado autoexilado, salvación por la escritura -como entre nosotros Juan Carlos Onetti-, imponen cuestiones axiales. Y no me refiero, lector (a), a las consabidas Epifanía y, en contrapartida, Procacidad de su ideología narrativa, deudora la primera de su militancia religiosa y, la segunda, de un naturalismo que excede al de la Escuela de Medan. Ni a la musicalidad que tornaba, a su pluma, en instrumento; o que fuera estricto contemporáneo de Virginia Woolf, esa otra revolucionaria del género. Me refiero a temas de una viva, lacerante, actualidad».

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