Nunca entendió por qué Quetzalcóatl decidió marcarla para siempre con la figura de un conejo que al final iba a comerse. Ni por qué la llamaban para atender partos y regular ciclos femeninos.
Tampoco comprendió por qué fue vendida y colocada en el escaparate del cielo como una falsa acompañante de los viajeros solitarios, mostrándose desde distintos ángulos para no devaluarse. Las etiquetas de oferta abundaban en los periodos de muertes, corazones rotos y crisis existenciales.
Pero a pesar de la alta demanda, Selene se cansó de bailar con el mar todas las noches al abrigo del viento, porque su vestido siempre fue del mismo blanco percudido.
Quería deshacerse de las mujeres fantasmas y pálidas caminando a la espera de un enamorado, y de las guerreras marineras que usaban su nombre para la defensa del mundo.