Junio

Camarón que se duerme

No pienso mucho en lo que me pasa frente al espejo. Vivir mi cuerpo es vivir el mar: sus corrientes. Me aferro a la boya más cercana. Cuando pauso, caigo directo al fondo. Eso me da tiempo. Me encuentro con boyas que se han hundido. Con palabras que, lejos de la luz, adquieren formas extrañas.

Hay días en los que mi cuerpo se va tan hondo que se encuentra con tiburones de Groenlandia. Uno solo puede vivir hasta 500 años. Más tiempo que los territorios formados por las conquistas de Europa en América. Más que la conversión de los nuevos territorios al catolicismo, o al cristianismo. Por lo tanto, han habitado el mundo más que los cuerpos concebidos desde el binario del género.

Camarón que se duerme Leer más »

Y luego hubo sirenas

Mi madre me entregó un sobre con un boleto de avión y el dinero suficiente para comprarme otro. Era la mañana de mi cumpleaños y ni siquiera había tocado el desayuno.

—No te quiero ver en la casa el resto del verano —me dijo.—Haz lo que tengas que hacer para enderezarte. Eres todo un hombre y te necesitamos más que nunca.

La abuela tejía en su sofá con la televisión encendida, mientras pretendía no escuchar nuestra plática, como si ella no tuviera nada que ver en esa decisión. Pensé en pedirle a mi hermana Ana que me acompañara en este viaje, porque yo no había ganado ninguna beca para estudiar en una universidad privada en Monterrey y esta sería una última oportunidad para divertirnos juntos. Al empezar a meter la ropa en la maleta, desistí. Éramos gemelos y los dos nos queríamos demasiado. Sin embargo, era el momento de separarnos, de empezar a hacer nuestras vidas solos.

Y luego hubo sirenas Leer más »

Súbito

Bajé la barra. Distinguí tus piernas. Tus rodilleras. Salí del gimnasio. El aguacero pateaba los árboles, los edificios, las calles. Los carros atracaban enfrente. Por segundos. Desfilaban, pero nadie vendría por nosotros.

Dos horas. Tú, al otro lado del voladizo. Sin miradas. Sin sonidos. Nos estábamos conociendo. El cosquilleo del agua. Quería juntarnos. De la lluvia sólo quedaron las goteras. Nos salpicaban. Me tensé y no sucedió. Huí.

El día siguiente. Me fortaleció la rutina. Sonreíste a mi pregunta. Sugeriste tu partido del domingo. Los domingos existían después de las once, ya contigo a las siete. De niño no jugué al voleibol. Te sentaba natural. Se trataba de tu salto. Cómo golpeabas el balón. Ganaron. Dijiste que sí querías ser mi novio.

Súbito Leer más »

Pétalos

La podofilina que me recetaron fue bálsamo comparado con tu silencio corrosivo.

Pedí permiso en el Oxxo donde trabajaba para venir a un “chequeo general”. En la eternidad que duré en la sala de espera me costó dejar de masticar mi cabello, atado en una cola de caballo. Un cigarro, hubiera matado por un cigarro en ese momento. En el consultorio de la Clínica 27 del IMSS me recibió un octogenario con lentes de botella. En el cuarto tronaba un ventilador casi tan viejo como él. La capa de pintura color verde se aferraba a la pared descarapelada. Quise tomar asiento en una de las sillas frente al escritorio, pero con un gesto me condujo hasta la parte de atrás de la cortina azul.

Pétalos Leer más »

El Inglés y las Banderas

En 2017, el músico inglés Ed Sheeran obtuvo los récords Guinness por el mayor número de asistentes a un concierto y por las ganancias más altas en una gira musical. Siendo solista, me atrevo a pensar que también hubiera roto el récord de mayor rentabilidad, si es que existe. Claramente, había dejado de ser un trovador de los bares londinenses para convertirse en multimillonaria estrella mainstream, aunque mantenía su carisma de independiente.

Sin saber que quedaríamos inmortalizados anónimamente en un récord Guinness, asistí, junto con mi esposa y dos hijas, a una de sus presentaciones en la Ciudad de México.

El Inglés y las Banderas Leer más »

Demasiado

Su cumpleaños. Quisieras saludarlo, como la última vez. Pero, si lo llamas, reconocerá el número y podría no contestar. O peor: hacerlo. ¿Te volvería a decir no me llames, basta ya déjame en paz puto psicópata? A lo mejor se queda en silencio, nomás, esperando a que sueltes cualquiera de tus pachotadas antes de colgarte. ¿Y si le mandas un audio? Tampoco. Nunca sabrías si lo llega o no a escuchar, pues tiene el check azul desactivado. Además, hay matices en tu voz, cambios de intensidad, variaciones en la extensión de las palabras tan leves que tú mismo no percibes, pero que él, que te conoce, notará, dejando en evidencia tus verdaderas intenciones. Necesitas algo más sutil, Pepe. Un caballo de Troya, una bomba de relojería que explosione de a puchitos y entreabra, poco a poco, lo que antes era puerta y hoy es muro. Con foso y cocodrilos.

Demasiado Leer más »

Crónica de una lencha anunciada. Mariana Riestra

La primera vez que temí por mi vida como mujer sáfica, me levanté a las 5:30 de la mañana para vivir ese día como cualquiera antes de que diera la noche y pudiera ver a L. Me puse calzones cómodos de algodón porque ni ella ni yo esperábamos una tanga sexy y un bra con push-up a juego, me maquillé como a mí me gustaba, no como me habían enseñado a hacer para que la mirada se me viera más joven o juguetona, me puse botas con apenas un poco de tacón porque con ella no me molestaría ser demasiado baja como para que me lo mencionara todo el tiempo ni demasiado alta para intimidarla. La primera vez que temí como mujer sáfica fue un viernes, pero bien pudo haber sido cualquier otro día.

Crónica de una lencha anunciada. Mariana Riestra Leer más »

Scroll al inicio