Ofrenda
No nací de doña Pina, pero ella me cuidó en mi juventud como una madre y en su vejez vi por ella como una hija. Ni mi mudanza al norte de la ajetreada ciudad (motivada por un matrimonio que duró poco, gracias a Dios) ni el nacimiento de mis hijos, pudieron alejarnos nunca. Las visitas a su casa en el lado sur se mantuvieron frecuentes. Mis niños, ahora de cuatro y siete años, crecieron mirándola como una abuela.