Escuela de Escritura de la UNAM

Día de Muertos y Halloween 2023

“El retrato”, Miguel Rodríguez
“¿Fantasma yo?”, Frederick Armstrong
“Siempre delante”, Belén Hermosillo
“Llamada”, Norma Frida Ibarra Martínez
“Mis muertos”, Álvaro Sánchez Ortiz
“Ofrenda”, Erick González
“Noche de difuntos”, “Una vieja tradición familiar”, Alejandro Ordóñez
“Moisés Cancuc”, Humberto Cruz Arteaga
“Quitate esas cosas, por favor”, Pablo Ignacio Chacón
“Quince”, Ana Delia
“Votos nupciales”, Brenda Cristina Rosas

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Y luego hubo sirenas

Mi madre me entregó un sobre con un boleto de avión y el dinero suficiente para comprarme otro. Era la mañana de mi cumpleaños y ni siquiera había tocado el desayuno.

—No te quiero ver en la casa el resto del verano —me dijo.—Haz lo que tengas que hacer para enderezarte. Eres todo un hombre y te necesitamos más que nunca.

La abuela tejía en su sofá con la televisión encendida, mientras pretendía no escuchar nuestra plática, como si ella no tuviera nada que ver en esa decisión. Pensé en pedirle a mi hermana Ana que me acompañara en este viaje, porque yo no había ganado ninguna beca para estudiar en una universidad privada en Monterrey y esta sería una última oportunidad para divertirnos juntos. Al empezar a meter la ropa en la maleta, desistí. Éramos gemelos y los dos nos queríamos demasiado. Sin embargo, era el momento de separarnos, de empezar a hacer nuestras vidas solos.

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Súbito

Bajé la barra. Distinguí tus piernas. Tus rodilleras. Salí del gimnasio. El aguacero pateaba los árboles, los edificios, las calles. Los carros atracaban enfrente. Por segundos. Desfilaban, pero nadie vendría por nosotros.

Dos horas. Tú, al otro lado del voladizo. Sin miradas. Sin sonidos. Nos estábamos conociendo. El cosquilleo del agua. Quería juntarnos. De la lluvia sólo quedaron las goteras. Nos salpicaban. Me tensé y no sucedió. Huí.

El día siguiente. Me fortaleció la rutina. Sonreíste a mi pregunta. Sugeriste tu partido del domingo. Los domingos existían después de las once, ya contigo a las siete. De niño no jugué al voleibol. Te sentaba natural. Se trataba de tu salto. Cómo golpeabas el balón. Ganaron. Dijiste que sí querías ser mi novio.

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Pétalos

La podofilina que me recetaron fue bálsamo comparado con tu silencio corrosivo.

Pedí permiso en el Oxxo donde trabajaba para venir a un “chequeo general”. En la eternidad que duré en la sala de espera me costó dejar de masticar mi cabello, atado en una cola de caballo. Un cigarro, hubiera matado por un cigarro en ese momento. En el consultorio de la Clínica 27 del IMSS me recibió un octogenario con lentes de botella. En el cuarto tronaba un ventilador casi tan viejo como él. La capa de pintura color verde se aferraba a la pared descarapelada. Quise tomar asiento en una de las sillas frente al escritorio, pero con un gesto me condujo hasta la parte de atrás de la cortina azul.

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El Inglés y las Banderas

En 2017, el músico inglés Ed Sheeran obtuvo los récords Guinness por el mayor número de asistentes a un concierto y por las ganancias más altas en una gira musical. Siendo solista, me atrevo a pensar que también hubiera roto el récord de mayor rentabilidad, si es que existe. Claramente, había dejado de ser un trovador de los bares londinenses para convertirse en multimillonaria estrella mainstream, aunque mantenía su carisma de independiente.

Sin saber que quedaríamos inmortalizados anónimamente en un récord Guinness, asistí, junto con mi esposa y dos hijas, a una de sus presentaciones en la Ciudad de México.

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Demasiado

Su cumpleaños. Quisieras saludarlo, como la última vez. Pero, si lo llamas, reconocerá el número y podría no contestar. O peor: hacerlo. ¿Te volvería a decir no me llames, basta ya déjame en paz puto psicópata? A lo mejor se queda en silencio, nomás, esperando a que sueltes cualquiera de tus pachotadas antes de colgarte. ¿Y si le mandas un audio? Tampoco. Nunca sabrías si lo llega o no a escuchar, pues tiene el check azul desactivado. Además, hay matices en tu voz, cambios de intensidad, variaciones en la extensión de las palabras tan leves que tú mismo no percibes, pero que él, que te conoce, notará, dejando en evidencia tus verdaderas intenciones. Necesitas algo más sutil, Pepe. Un caballo de Troya, una bomba de relojería que explosione de a puchitos y entreabra, poco a poco, lo que antes era puerta y hoy es muro. Con foso y cocodrilos.

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Crónica de una lencha anunciada. Mariana Riestra

La primera vez que temí por mi vida como mujer sáfica, me levanté a las 5:30 de la mañana para vivir ese día como cualquiera antes de que diera la noche y pudiera ver a L. Me puse calzones cómodos de algodón porque ni ella ni yo esperábamos una tanga sexy y un bra con push-up a juego, me maquillé como a mí me gustaba, no como me habían enseñado a hacer para que la mirada se me viera más joven o juguetona, me puse botas con apenas un poco de tacón porque con ella no me molestaría ser demasiado baja como para que me lo mencionara todo el tiempo ni demasiado alta para intimidarla. La primera vez que temí como mujer sáfica fue un viernes, pero bien pudo haber sido cualquier otro día.

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Feliz cumpleaños a mí. Leilani Yazmin Ramírez Barbosa

Esa mañana naciste para mí, no sabía nada de ti ni tú de mí. Llegaste tarde, como de costumbre, usabas pantalones de mezclilla y una camisa entre verde y gris. Te sentaste delante de mí, en el sillón rojo. La mesera te vio, esperó a que bajaras tu mochila al suelo y se acercó para pedirte la orden. El resto de las personas seguía hablando sobre los personajes de la novela, menos yo. Me clavé en tu presencia, en tu ajetreo y tu respirar agotado luego de correr para no llegar tan tarde a la sesión, miré cómo sacaste de tu mochila una carpeta de color negro, donde solías hacer dibujos en la parte de atrás. Todas las hojas estaban revueltas, se te cayeron algunas, pero estaban tan lejos de mí que no pude ayudarte a levantarlas. Miré tus dedos gruesos deslizarse entre ellas, me pregunté cómo sería ser tocada por ellos, esquiaban entre las letras de tus apuntes para encontrar los comentarios que habías escrito minutos antes de llegar, justo en el asiento tambaleante de la micro que tomaste.

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El mito de Selene. Lilian Michelle Medina

Nunca entendió por qué Quetzalcóatl decidió marcarla para siempre con la figura de un conejo que al final iba a comerse. Ni por qué la llamaban para atender partos y regular ciclos femeninos.

Tampoco comprendió por qué fue vendida y colocada en el escaparate del cielo como una falsa acompañante de los viajeros solitarios, mostrándose desde distintos ángulos para no devaluarse. Las etiquetas de oferta abundaban en los periodos de muertes, corazones rotos y crisis existenciales.

Pero a pesar de la alta demanda, Selene se cansó de bailar con el mar todas las noches al abrigo del viento, porque su vestido siempre fue del mismo blanco percudido.

Quería deshacerse de las mujeres fantasmas y pálidas caminando a la espera de un enamorado, y de las guerreras marineras que usaban su nombre para la defensa del mundo.

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