narrativa

Demasiado

Su cumpleaños. Quisieras saludarlo, como la última vez. Pero, si lo llamas, reconocerá el número y podría no contestar. O peor: hacerlo. ¿Te volvería a decir no me llames, basta ya déjame en paz puto psicópata? A lo mejor se queda en silencio, nomás, esperando a que sueltes cualquiera de tus pachotadas antes de colgarte. ¿Y si le mandas un audio? Tampoco. Nunca sabrías si lo llega o no a escuchar, pues tiene el check azul desactivado. Además, hay matices en tu voz, cambios de intensidad, variaciones en la extensión de las palabras tan leves que tú mismo no percibes, pero que él, que te conoce, notará, dejando en evidencia tus verdaderas intenciones. Necesitas algo más sutil, Pepe. Un caballo de Troya, una bomba de relojería que explosione de a puchitos y entreabra, poco a poco, lo que antes era puerta y hoy es muro. Con foso y cocodrilos.

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Crónica de una lencha anunciada. Mariana Riestra

La primera vez que temí por mi vida como mujer sáfica, me levanté a las 5:30 de la mañana para vivir ese día como cualquiera antes de que diera la noche y pudiera ver a L. Me puse calzones cómodos de algodón porque ni ella ni yo esperábamos una tanga sexy y un bra con push-up a juego, me maquillé como a mí me gustaba, no como me habían enseñado a hacer para que la mirada se me viera más joven o juguetona, me puse botas con apenas un poco de tacón porque con ella no me molestaría ser demasiado baja como para que me lo mencionara todo el tiempo ni demasiado alta para intimidarla. La primera vez que temí como mujer sáfica fue un viernes, pero bien pudo haber sido cualquier otro día.

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Feliz cumpleaños a mí. Leilani Yazmin Ramírez Barbosa

Esa mañana naciste para mí, no sabía nada de ti ni tú de mí. Llegaste tarde, como de costumbre, usabas pantalones de mezclilla y una camisa entre verde y gris. Te sentaste delante de mí, en el sillón rojo. La mesera te vio, esperó a que bajaras tu mochila al suelo y se acercó para pedirte la orden. El resto de las personas seguía hablando sobre los personajes de la novela, menos yo. Me clavé en tu presencia, en tu ajetreo y tu respirar agotado luego de correr para no llegar tan tarde a la sesión, miré cómo sacaste de tu mochila una carpeta de color negro, donde solías hacer dibujos en la parte de atrás. Todas las hojas estaban revueltas, se te cayeron algunas, pero estaban tan lejos de mí que no pude ayudarte a levantarlas. Miré tus dedos gruesos deslizarse entre ellas, me pregunté cómo sería ser tocada por ellos, esquiaban entre las letras de tus apuntes para encontrar los comentarios que habías escrito minutos antes de llegar, justo en el asiento tambaleante de la micro que tomaste.

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La casa. Sandra Ramírez

Yo también he tenido un sueño muchos sueños tantos que se atropellan entre ellos y aún persigo ese pedazo de eternidad que implica la promesa nunca te olvidaré me han dicho y en silencio he visto cómo se cierra una y otra vez la puerta dejándome ensombrecida zigzagueando entre el miedo al vacío y la certeza de que nada es para siempre que nada dura tanto como para evitar que las voces de los chicos que corren hacia la calle me despierten una calle que como el río nunca es la misma calle ni siquiera puede decirse que siempre haya sido calle hubo un tiempo en que era un camino de terracería que cortaba el cerro piedras aquí y allá y árboles y arbustos de esos que llaman endémicos los perales y ciruelos comenzaron a crecer junto con los rosales y los malvones pero antes de ellos pinos oyameles y un reacio capulín que no me dejaba mirar bien los volcanes en ese tiempo coronados por glaciares las historias que se contaban de la mujer dormida cómo no voy tener memoria de ellas si eran mis preferidas en las noches de invierno cuando el hielo se me escurría por todas partes aunque por supuesto que como ya dije nada es para siempre y abril aparecía de golpe con decenas de golondrinas atareadas en la reconstrucción de sus nidos trabajo que realizaban antes del inminente estallido de polluelos y de mierda su llegada todo lo cambiaba pero lo que más cambiaba era la mirada de Estela para quien la anidada era mucho más que un ejercicio evolutivo exitoso era un pretexto para imaginar una vida feliz lejos de su infancia y del hombre que la humillaba por tener un vientre incapaz de retener un producto por más de veinte semanas

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Sin título. Brenda Cristina Moreno Rosas

No quiero ceder espacios. Dejar un vacío provocado por el miedo, por la inseguridad. Por la constante afirmación externa del peligro. Reacciones. El ritmo frenético dentro de la caja torácica, las noches sin dormir, las náuseas que provoca el evento. Cuando pienso en ese lugar, recuerdo la angustia, la desesperación corriendo por mis venas. La posibilidad de no regresar, de no poder hablar o gritar. El estruendo de los pasos, el eco de las lágrimas. Últimas palabras, alguien me está siguiendo. Enojo, tristeza, confusión. Esta vez alguien se ha entrometido. Esta vez alguien ha preguntado por el temor que desencajaba mis facciones, que petrificaba mis movimientos. Sucede una semana después de que nos piden escribir del tema. Sucede todos los días. Sucede a cada hora.

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